Los diadocos de Alejandro Magno

Guerra de los Diadocos (321-301 a. C.)

La muerte de Alejandro Magno en el 323 a. C. dejó a su vasto imperio sin un heredero claro. Aunque su esposa Roxana estaba embarazada de su hijo póstumo, Alejandro no nombró formalmente a un sucesor antes de morir, diciendo solamente que el trono debía ir "al más fuerte". Este vacío de poder desató tensiones entre sus generales, conocidos como los diádocos, quienes debatieron sobre el destino del imperio. Olimpia (de Epiro), la madre de Alejandro asumió un papel central en la defensa de los derechos de su nieto, Alejandro IV, hijo de Roxana, pero el destino del niño sería objeto de intrigas mortales.

Entre los diádocos surgieron dos facciones principales. Por un lado, los que deseaban mantener el imperio unificado bajo un único gobernante, representados por Pérdicas, el antiguo comandante en jefe de Alejandro, quien asumió la regencia tras su muerte. Por otro lado, estaban quienes preferían dividir el imperio entre los generales, liderados por Antípatro, Crátero y Ptolomeo, quienes buscaban consolidar su poder en regiones específicas. Las tensiones pronto estallaron en guerras abiertas, conocidas como las Guerras de los Diádocos, que fragmentarían el imperio de Alejandro en reinos independientes.

El Acuerdo de Babilonia

En el Acuerdo de Babilonia del 323 a. C., tras la muerte de Alejandro Magno, se realizó la primera partición de su imperio, asignando las satrapías entre sus principales generales para mantener una frágil unidad. Pérdicas fue nombrado regente y protector del imperio, actuando en nombre de los reyes simbólicos, Alejandro IV y Filipo III Arrideo. Antípatro y Crátero fueron responsables de Macedonia y Grecia. Ptolomeo recibió Egipto, mientras que Seleuco se encargó de Babilonia. Lisímaco obtuvo Tracia. Antígono el Tuerto fue asignado a las regiones claves de Panfilia, Lidia y Frigia, consolidando su poder en Asia Menor. Por último, el estratega Eumenes de Cardia, uno de los más leales a la causa arreada, fue recompensado con Capadocia y Paflagonia, aunque tuvo que conquistar esas regiones para ejercer su control, ya que aún no estaban plenamente sometidas. Algo parecido tuvo que hacer Cráteres en la Ealede.

Esta distribución, aunque aparentemente equitativa, contenía semillas de discordia. Las ambiciones personales, junto con la falta de un liderazgo central fuerte, hicieron que esta partición fuera el preludio de las guerras de los diádocos, que fragmentarían el imperio en múltiples reinos rivales en los años siguientes.

Ptolomeo, quien había recibido Egipto, desafió abiertamente a Pérdicas al llevar el cuerpo de Alejandro a Menfis, en lugar de entregarlo en Babilonia como había sido ordenado. Este gesto no solo fue un desafío personal, sino también un acto de legitimidad para él mismo. Antípatro, otro de los generales clave, temía que Pérdicas pudiese arrebatarle su poder en Macedonia y Grecia, y comenzó a aliarse con otros diádocos como Antígono y Crátero, quienes también deseaban mayor independencia y oponerse a los regentes. La tensión creció rápidamente, y pronto se convirtió en una guerra abierta entre los antiguos compañeros de Alejandro, cada uno luchando por su parte del imperio y por el control absoluto.

El comienzo de la guerra

Antígono el Tuerto, al recibir las provincias de Asia Menor, también comenzó a buscar su propio poder en la región, mientras que Seleuco, encargado de Babilonia, se mantenía cauteloso, observando los movimientos de sus compañeros. Eumenes de Cardia, fiel seguidor de Alejandro se encontraba en Capadocia y Paflagonia, también buscando su espacio y tratando de mantener la unidad del imperio. El conflicto comenzó a escalar cuando Pérdicas, decidido a imponer su voluntad, intentó tomar Egipto para someter a Ptolomeo (quien sobornó a las tropas del enemigo), pero fue derrotado en una serie de batallas cruciales, lo que culminó en su asesinato en 321 a. C.

A partir de entonces, la guerra se intensificó, más aún cuando Eumenes mató a Crátero. Con las alianzas entre los diádocos cambiando constantemente. Así que para evitar otra muerte los diadocos se reunieron en Siria para volver a empezar, a su vez se sustituyeron muchos sátrapas. La segunda partición del imperio de Alejandro Magno tuvo lugar en el año 321 a. C. bajo nuevas divisiones, pero sin lograr una verdadera unidad. En la segunda partición, los generales se dividieron más claramente las regiones, y comenzaron a consolidar aún más su poder en diferentes territorios. El acuerdo formalizó una nueva estructura de poder que reflejaba tanto las conquistas como las traiciones ocurridas en los años previos.

El reparto del imperio de Alejandro entre los diádocos | Wikimedia Commons

Antígono el Tuerto, que había sido un actor clave en la lucha contra Pérdicas, obtuvo el control de las regiones de Asia Menor, Lidia, Frigia y Panfilia, consolidando su poder en la parte occidental del imperio. Ptolomeo, que había tomado Egipto después de la muerte de Alejandro, mantuvo su control sobre la región, convirtiéndose en el gobernante de facto de Egipto y asegurando su independencia de la estructura central del imperio. Lisímaco, que había comenzado a ganar influencia en Tracia, mantuvo su poder sobre esta región estratégica. Seleuco, quien había sido uno de los principales generales en Babilonia, continuó con su dominio en la región oriental, abarcando las tierras de Siria y Mesopotamia. Mientras tanto, Antípatro y su hijo Casandro, que ya controlaban Macedonia, lograron consolidar su dominio en el corazón del antiguo imperio macedonio, a pesar de las tensiones con otros diádocos.

Tras la muerte de Antípatro en el 319 a. C., el equilibrio de poder en Macedonia y en el imperio macedonio se desestabilizó aún más. Al morir dejó un vacío de poder significativo en Macedonia. Su hijo Casandro asumió el liderazgo de la región, pero su ascenso al poder no fue pacífico. La sucesión fue disputada, pues Poliperconte, quien había sido un aliado cercano de Pérdicas y regente durante su muerte, tomó el control de la regencia y se enfrentó a Casandro por la supremacía en Macedonia.

Los conflictos por Macedonia

Este conflicto interno pronto escaló a un enfrentamiento abierto, pues Casandro y Poliperconte se aliaron con diferentes facciones de los diádocos, generando un nuevo ciclo de luchas por el poder. Casandro, con el apoyo de otros generales y de importantes figuras como Antígono, quien también estaba consolidando su poder en Asia Menor, luchó por su legitimidad frente a Poliperconte, quien pretendía mantener la unidad del imperio y proteger a Alejandro IV y su madre, Olimpia. Poliperconte, en su lucha por el poder, se alió con Eumenes de Cardia, quien seguía siendo leal a la dinastía de Alejandro IV, el legítimo heredero, y también con Seleuco, el satrapa de Babilonia. Juntos intentaron frenar la ascensión de Casandro, buscando restablecer el orden bajo la figura de los reyes legítimos.

Por otro lado, Casandro, al sentir que su dominio sobre Macedonia estaba en peligro, se alió con Antígono el Tuerto, quien ya se había consolidado como uno de los líderes más poderosos de Asia Menor. Además, Casandro también obtuvo el apoyo de Lisímaco, quien controlaba Tracia, y de Ptolomeo, el rey de Egipto, quien compartía el interés de frenar la creciente influencia de Poliperconte y de los partidarios de los reyes legítimos. Casandro tuvo también el apoyo de Filipo III y la esposa de este. La lucha entre estas facciones llevó a una serie de batallas y alianzas cambiantes. Sin embargo, lo más decisivo fue el asesinato de Olimpia en el 316 a. C., con lo cual Casandro consolidó su dominio en Macedonia. Sin embargo, Olimpia logró asesinar a la esposa de Filipo III antes de morir. Alejandro IV fue capturado bajo custodia por Casandro (luego lo asesinaría junto a Roxana) mientras que Poliperconte terminó huyendo al Peloponeso. Casandro continuó con la política expansionista que Alejandro había iniciado, pero centró su atención en mantener el control de Macedonia y Grecia, enfrentándose en ocasiones con los demás diádocos, como Antígono el Tuerto y Seleuco, mientras aseguraba la lealtad de las principales ciudades griegas mediante alianzas y la utilización de fuerza militar. De hecho, se casó con una hermanastra de Alejandro Magno, Tesalónica. Sí, la misma, la ciudad griega fue hecha por Casandro en honor a su esposa.

La guerra surgió debido a las ambiciones expansivas de Antígono, que no solo buscaba fortalecer su control sobre las regiones de Asia Menor y el Levante, sino que también deseaba someter a los otros diádocos, especialmente a Ptolomeo, quien le representaba una amenaza por su control sobre las rutas comerciales y los recursos de Egipto. Antígono, con su ejército bien entrenado y su astuta estrategia, comenzó a ganar terreno rápidamente. En 314 a. C., tras una serie de victorias, logró someter a Eumenes de Cardia, un aliado de Ptolomeo y Seleuco, en la región de Cilicia, lo que le permitió controlar una parte significativa de Asia Menor. Antígono aprovechó sus victorias para reforzar su reputación como el líder más capaz entre los diádocos. Sin embargo, la guerra continuó siendo un tira y afloja, con alianzas cambiantes entre los diversos generales. En el 311 a. C., la guerra llegó a su fin con un tratado de paz que permitió que Antígono, Ptolomeo y Seleuco mantuvieran sus respectivos territorios.

La batalla por Babilonia

En 311 a. C., Seleuco inició una audaz campaña para recuperar Babilonia. Con un pequeño ejército, pero con el apoyo estratégico y financiero de Ptolomeo, Seleuco lanzó una serie de ataques rápidos y sorpresivos. Consiguió entrar en Babilonia, ganándose la lealtad de la población local y reforzando su posición con tropas adicionales. Sin embargo, Antígono no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. En 310 a. C., envió a su hijo Demetrio Poliorcetes al frente de un poderoso ejército para retomar Babilonia, iniciando una serie de enfrentamientos prolongados. La guerra fue brutal y agotadora, marcada por el uso de tácticas innovadoras de asedio y contraataque. Seleuco, con su ingenio militar, logró resistir los intentos de Demetrio de reconquistar la ciudad, mientras consolidaba su control sobre los territorios circundantes. Finalmente, en 309 a. C., Seleuco aseguró una victoria decisiva, expulsando definitivamente a las fuerzas de Antígono de Babilonia. Este triunfo no solo marcó el inicio del dominio de Seleuco en el este, sino que también cimentó las bases del Imperio Seléucida, que se convertiría en uno de los reinos helenísticos más poderosos.

En el apogeo de sus ambiciones, Antígono el Tuerto se enfrentó a la última y más decisiva lucha por la supremacía: la Cuarta Guerra de los Diádocos (307-301 a. C.). Antígono, tras consolidar su poder en Asia Menor, se había autoproclamado rey en 306 a. C., un acto que ya todos los otros habían hecho. Su hijo, Demetrio Poliorcetes, desempeñó un papel clave al capturar Atenas y establecer un dominio sobre Grecia (lo hizo prometiéndoles que restauraría la democracia y consiguió apoyo), desafiando la influencia de Casandro. Al mismo tiempo, Antígono extendía su control hacia el Levante y Asia Menor, amenazando a otros diádocos como Ptolomeo en Egipto y Seleuco en el este. Este ascenso alarmó a los demás, que se unieron en una coalición para enfrentarlo.

Demetrio fue recibido como un libertador en la ciudad, restaurando su democracia y ganándose el favor del pueblo ateniense. Posteriormente, Demetrio continuó sus campañas, expulsando a las fuerzas de Casandro de varias regiones del sur de Grecia, fortaleciendo la posición de su familia en el Egeo. En paralelo, Antígono supervisaba las operaciones en Asia, expandiendo su influencia y asegurando alianzas. Su creciente poder despertó la alarma entre los otros diádocos, quienes temían que su ambición desestabilizara el delicado equilibrio entre ellos. Tras asegurar su posición en Grecia, Demetrio se enfrentó a Ptolomeo en Chipre, logrando una victoria decisiva en la Batalla de Salamina en el 306 a. C. Esta victoria no solo debilitó a Ptolomeo, sino que llevó a Antígono y Demetrio a proclamarse reyes, marcando un desafío abierto al resto de los diádocos.

Sin embargo, mientras Demetrio consolidaba su control en Grecia y Macedonia, su éxito también aumentó las tensiones. En el 302 a. C., Casandro, Lisímaco, Seleuco y Ptolomeo formaron una coalición para enfrentar la amenaza que representaban Antígono y Demetrio. Este período culminaría en el 301 a. C., en la Batalla de Ipsos, pero cada paso en el camino, incluyendo los enfrentamientos en Grecia y la recuperación de Macedonia, fueron cruciales para entender cómo se construyó y desmoronó el poder de Antígono y su hijo. Después de que Antígono el Tuerto cayera en combate, los vencedores se repartieron los vastos territorios que él y su hijo Demetrio Poliorcetes habían controlado. Esta repartición marcó una de las divisiones más significativas del imperio de Alejandro Magno, consolidando los reinos helenísticos que dominarían el Mediterráneo oriental y Asia por siglos.

Seleuco se llevó la mayor parte del territorio asiático, extendiendo su control sobre Mesopotamia, Siria y partes del este, consolidando así el núcleo del Imperio Seléucida. Además, obtuvo regiones estratégicas que lo convirtieron en uno de los diádocos más poderosos.

Lisímaco amplió su dominio en Asia Menor, quedándose con Frigia, Lidia y Caria, mientras mantenía su poder en Tracia. Esto le permitió controlar puntos clave en el acceso entre Europa y Asia, consolidando su posición en el Helesponto y el Bósforo.

Casandro, que no había participado directamente en la batalla, pero formaba parte de la coalición, retuvo el control de Macedonia y Grecia, asegurando su poder en el corazón del antiguo imperio de Alejandro.

Ptolomeo, aunque no se benefició directamente en términos territoriales adicionales, consolidó su dominio en Egipto, manteniendo Chipre y ciertas partes del Levante.

Demetrio Poliorcetes logró escapar de Ipsos con parte de su ejército. Aunque había perdido el control de los territorios asiáticos de su padre, no abandonó sus ambiciones y se refugió en Grecia, donde buscó recuperar el poder en Macedonia y el Egeo en los años siguientes. Esta repartición selló el fin de cualquier intento de reunificar el imperio de Alejandro, dejando un mapa político fragmentado en el que los diádocos se consolidaron como monarcas de reinos independientes.

Los últimos diadocos (301-281 a. C.)

La ambición y la desconfianza seguían presentes entre estos cuatro, lo que desencadenó nuevos conflictos mientras cada uno intentaba expandir su influencia y asegurar su linaje en sus respectivos dominios. En Macedonia, Casandro se enfrentó a continuos desafíos. Aunque logró mantener su dominio sobre Grecia y Macedonia, su control fue constantemente puesto a prueba por Demetrio Poliorcetes, el hijo de Antígono. Demetrio, decidido a recuperar un reino tras la derrota de su padre, lanzó una serie de campañas en Grecia, ganándose el apoyo de las polis. Casandro, debilitado por problemas internos y enfermedades, murió en el 297 a. C., dejando un vacío de poder que sus ineptos hijos no supieron aprovechar en Macedonia. Demetrio aprovechó esta oportunidad y en 294 a. C. se proclamó rey de Macedonia, iniciando un reinado breve pero turbulento.

Mientras tanto, en Asia Menor, Lisímaco consolidaba su control. Tras anexar gran parte del territorio de Antígono, se enfrentó a problemas internos debido a la diversidad cultural y política de sus dominios. Enfrentó rebeliones locales, pero también comenzó a mostrar una creciente rivalidad con Seleuco, cuyo imperio limitaba con sus tierras. Lisímaco, vio en Demetrio Poliorcetes un enemigo peligroso y decidió formar una alianza estratégica con Pirro, rey de Epiro, un hombre famoso por su astucia militar y su propia enemistad con Demetrio. Ambos compartían un enemigo común en Demetrio, y aunque no eran aliados naturales, sus intereses coincidieron en este momento. Pirro, que había perdido territorio a manos de Demetrio años atrás, estaba ansioso por recuperar el control de Macedonia y vengarse. Lisímaco, por su parte, buscaba debilitar a Demetrio sin comprometer todos sus recursos en una guerra directa. Juntos, combinaron fuerzas y comenzaron a presionar las fronteras del reino de Macedonia, aprovechando la inestabilidad interna que Demetrio enfrentaba en su intento por controlar a los nobles macedonios.

En el 288 a. C., la estrategia de la alianza dio frutos. Pirro invadió Macedonia desde el oeste, mientras Lisímaco avanzaba desde el este. La presión combinada fue demasiado para Demetrio, cuyos generales y tropas, descontentos con su liderazgo, comenzaron a desertar. Finalmente, Demetrio se vio obligado a abandonar Macedonia, dejando el reino dividido entre Lisímaco y Pirro. Aunque la alianza entre ambos no duraría mucho debido a sus propias ambiciones, fue un momento clave en el declive de Demetrio y el inicio de una nueva era de rivalidades en el mundo helenístico. Fue por este periodo que se fundó el famoso Coloso de Rodas.

En Egipto, Ptolomeo buscó estabilidad y prosperidad. Renunció a las guerras abiertas tras Ipsos, prefiriendo fortalecer su reino mediante una administración eficiente y alianzas estratégicas. Egipto se convirtió en un faro de cultura y comercio, y Ptolomeo promovió la construcción de grandes obras, como el Museo y la Biblioteca de Alejandría, asegurando la influencia cultural griega en el Mediterráneo. En 283 a. C., Ptolomeo abdicó en favor de su hijo, Ptolomeo II Filadelfo, iniciando la dinastía ptolemaica que gobernaría Egipto durante casi tres siglos. Ptolomeo Cerauno, el hermano descontento de este faraón fue a parar a la corte de Seleuco donde le convenció de ir a por Lisímaco.

Seleuco había expandido su territorio hacia el este. Tras consolidar su control sobre Babilonia, Persia y Siria, fundó nuevas ciudades como Seleucia del Tigris, que se convertiría en su capital y un importante centro cultural y comercial. En 281 a. C., Seleuco le hizo caso a Ptolomeo Cerauno y finalmente se enfrentó a Lisímaco en la Batalla de Corupedio, donde derrotó y mató a su antiguo aliado, quedándose con Asia Menor. Sin embargo, poco después de esta victoria, Seleuco fue asesinado por Ptolomeo Cerauno, quien buscaba hacerse con el poder en Macedonia.

La muerte de Seleuco marcó el fin de los grandes diádocos originales. Macedonia quedó en manos de Ptolomeo Cerauno, pero el reino estaba en constante disputa y este acabó muerto a manos de los gálatas en el 279 a. C. En Asia Menor, antiguos generales locales comenzaron a establecer su independencia, como el reino de Pérgamo bajo la dinastía Atálida. En el este, las regiones más alejadas del imperio seléucida, como Bactria y Partia, se rebelaron y se convirtieron en estados independientes, marcando el inicio de una fragmentación mayor.

Para el 280 a. C., los reinos helenísticos se habían consolidado como entidades independientes: el Imperio Seléucida, el Reino de Egipto bajo los Ptolomeos, el Reino de Macedonia y los nuevos estados como Pérgamo. Cada uno de ellos mantuvo viva la herencia cultural de Alejandro, pero los sueños de un imperio unificado habían muerto con los diádocos. Los conflictos entre ellos dieron paso a nuevas dinastías, guerras y equilibrios de poder que marcarían el mundo helenístico por siglos. Pero todo esto cambiaría radicalmente debido al crecimiento de un imperio en Occidente, era el Imperio Romano.

ATRÁS

Los hechos resumidos van desde el 323 a. C. haste el 280 a. C.

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