Las conquistas de Alejandro Magno

Alejandro Magno aprendiendo de Aristóteles | Pintura de Charles Laplante

En el año 356 a. C., en la ciudad de Pella, nació Alejandro, hijo del rey Filipo II de Macedonia y Olimpia de Epiro. Desde su infancia, Alejandro mostró un espíritu excepcional. Su padre, un estratega consumado, lo preparó para liderar. Más tarde, fue educado por Aristóteles, quien le inculcó no solo el amor por la filosofía, las ciencias y la cultura griega, sino también una visión expansiva del mundo. Alejandro creció creyendo que su destino estaba marcado por la grandeza, inspirado por las leyendas de héroes como Aquiles, a quien consideraba su modelo.

Durante las campañas de Alejandro Magno, su círculo cercano de generales y oficiales fue clave para sus éxitos. Antipatro, regente de Macedonia mientras Alejandro estaba en el extranjero, fue fundamental en mantener el orden en el reino y sofocar rebeliones en Grecia. Parmenión, uno de los generales más experimentados, lideró varias victorias decisivas, aunque sufrió desacuerdos con las estrategias de Alejandro. Filotas, hijo de Parmenión, también fue un líder importante hasta ser acusado de conspiración y ejecutado. Hefestión, el amigo más cercano de Alejandro compartió con él tanto el campo de batalla como una relación profundamente personal, siendo su lealtad inquebrantable. Otros generales como Perdiccas, Cratero y Casandro, también se destacaron en diversas batallas, asegurando la expansión del imperio. Este grupo de leales fue crucial no solo en las victorias militares, sino en la consolidación de la visión de Alejandro de un imperio helénico unificado. A pesar de las tensiones y desafíos, estos hombres compartieron un vínculo de confianza con Alejandro, y su lealtad fue uno de los pilares que sostuvieron su reinado.

Alejandro Magno | Parte del Mosaico de Issos, ubicado en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, Italia

En los primeros años de su reinado, Alejandro Magno se vio obligado a lidiar con revueltas y amenazas dentro de su propio reino, antes de embarcarse en su ambiciosa campaña contra el Imperio Persa. En el año 335 a. C., apenas con 20 años ascendido al trono tras la muerte de su padre, Filipo II, Alejandro tuvo que enfrentarse a los ilirios, una tribu guerrera del noroeste de Macedonia. Estos pueblos, conocidos por su feroz resistencia, habían aprovechado la muerte de Filipo para rebelarse contra el nuevo rey macedonio. Alejandro no perdió tiempo y marchó al norte, cruzando los Alpes de Paeonia, y derrotó decisivamente a los ilirios. Tras una serie de enfrentamientos rápidos, Alejandro restauró el orden en la región, asegurando las fronteras de Macedonia y ganándose el respeto de las tribus circundantes. Esta victoria, además de consolidar su poder en el interior, sirvió de carta de presentación ante los griegos y otros pueblos que aún dudaban de su capacidad de liderazgo.

Sin embargo, el mayor desafío interno de Alejandro fue con los tebanos, quienes, tras enterarse de su victoria sobre los ilirios, se rebelaron en 335 a. C. contra su dominio. Tebas, una de las grandes ciudades-estado de Grecia, vio en la muerte de Filipo la oportunidad de recuperar su independencia. Alejandro, con una rapidez y precisión que caracterizó sus campañas, marchó hacia Tebas. La ciudad fue sitiada y, a pesar de una feroz resistencia, cayó ante las fuerzas macedonias. Alejandro, para asegurar que no habría más rebeliones en Grecia, destruyó Tebas prácticamente por completo, matando a miles de sus habitantes y vendiendo a muchos más como esclavos. Esta brutal represalia no solo aplastó la rebelión, sino que también envió un mensaje claro a todas las ciudades griegas: la obediencia a su liderazgo era esencial. Tras la caída de Tebas, Alejandro pudo consolidar su autoridad sobre Grecia antes de embarcarse en su marcha hacia el este, donde comenzaría su lucha definitiva contra Persia.

En otro contexto, Esparta, liderada por el rey Agis III, intentó rebelarse contra el dominio macedonio. Este levantamiento fue sofocado por Antípatro, el regente que Alejandro había dejado al mando en Grecia, en la Batalla de Megalópolis. La derrota de Agis III marcó el fin de la resistencia espartana, aunque Alejandro no estuvo personalmente involucrado en esta campaña. Esparta quedó debilitada y finalmente tuvo que aceptar la supremacía macedonia, aunque su prestigio como polis independientes se mantuvo simbólicamente por un largo tiempo.

En el 334 a. C., Alejandro comenzó su campaña contra el Imperio Persa, llevando consigo un ejército de aproximadamente 40,000 soldados. Cruzó el Helesponto y, en su primera gran batalla en el río Gránico, enfrentó a los sátrapas persas. Con una estrategia audaz, liderando personalmente la caballería, rompió las líneas enemigas y aseguró una victoria decisiva. Este triunfo abrió las puertas de Asia Menor, donde Alejandro comenzó a ser visto no solo como un conquistador, sino como un libertador. Durante su avance por Asia Menor, Alejandro visitó Gordion, la legendaria ciudad donde se encontraba el famoso nudo gordiano. Según la leyenda, quien lograra desatarlo se convertiría en el rey de Asia. Alejandro, fiel a su carácter práctico y simbólico, cortó el nudo con su espada, proclamando su destino de conquistar el mundo conocido.

Alejandro Magno cortando el nudo gordiano | Pintura del francés Jean-Simon Berthélemy

Luego de cortar el nudo fue a por Persia, y en el 333 a. C., enfrentó a Darío III en Issos. Aunque el ejército persa superaba en número al macedonio, Alejandro empleó tácticas superiores, concentrando su fuerza en el centro y flanqueando a los persas con su caballería. La victoria fue total y marcó la captura de la familia de Darío, a quienes trató con honor para demostrar su magnanimidad.

Batalla de Issos | Pintura del alemán Albrecht Altdorfer

La familia de Darío capturada por Alejandro Magno | Pintura del italiano Paolo Veronese

En 332 a. C., Alejandro marchó hacia Fenicia, enfrentando su mayor desafío en el asedio de Tiro, una ciudad-isla fortificada. Durante siete meses, Alejandro mostró su genio ingenieril, construyendo un camino sobre el mar para alcanzar las murallas. Finalmente, tomó la ciudad, asegurando el control del Mediterráneo oriental.

Asedio de Tiro | Pintura de André Castaigne

Luego avanzó hacia Egipto donde primero se aseguró la costa oriental del Mediterráneo, Alejandro dirigió sus tropas hacia el sur, ingresando en Egipto, una satrapía persa que había estado bajo el dominio de Darío III. Sin embargo, el pueblo egipcio, resentido por la opresión persa, recibió a Alejandro como un libertador. Su entrada fue pacífica, y los líderes locales le entregaron el control sin resistencia. Esto marcó un importante giro en su campaña, ya que Alejandro no solo aseguró una región estratégica, sino que también ganó el favor del pueblo egipcio.

Durante su estancia en Egipto, Alejandro visitó el oasis de Siwa, donde consultó el oráculo del dios Amón. Allí fue proclamado "hijo de Amón", un título que reforzó su legitimidad divina tanto ante los egipcios como entre sus propios seguidores. Además, fundó Alejandría en la costa mediterránea, una ciudad que se convertiría en un importante centro cultural y comercial del mundo antiguo. Su estadía en Egipto no solo consolidó su control político, sino que también reflejó su capacidad para combinar la diplomacia y la estrategia militar, integrando culturas y ganándose el respeto de las poblaciones conquistadas.

Fundación de Alejandría en Egipto | Pintura de Placido Costanzi

En el 331 a. C., Alejandro dirigió su atención hacia el corazón del Imperio Persa. En la Batalla de Gaugamela, enfrentó al ejército de Darío III, que era significativamente más grande. Con unos 47,000 hombres, Darío III alineó su ejército en una formación tradicionalmente poderosa, pero Alejandro, conocido por su astucia táctica, adaptó su estrategia a las circunstancias del terreno. Utilizó su caballería, encabezada por la famosa "caballería de los Companion", para atacar los flancos persas y crear distracciones. La clave de la victoria fue la famosa "brecha" que Alejandro creó en el centro de las líneas persas. Al ver la apertura, Alejandro lideró personalmente a su caballería en un ataque directo al carro real de Darío. El rey persa, al darse cuenta de que su ejército estaba siendo desbordado, huyó del campo de batalla, lo que desmoralizó a sus tropas y resultó en una derrota decisiva. ¡Alejandro destruyó las fuerzas persas!

Alejandro Magno en persecución de Darío durante la batalla de Gaugamela | Pintura del italiano Pietro da Cortona

Esta victoria marcó el final efectivo del Imperio Persa. Alejandro entró triunfante en Babilonia, Susa y finalmente Persépolis, donde quemó el palacio en un acto simbólico de venganza por la destrucción de Atenas durante las Guerras Médicas.

Entrada en Babilonia | Pintura del francés Charles Le Brun

Tras consolidar su control sobre Persia, Alejandro avanzó hacia el este en 330 a. C. para perseguir a Darío III, quien fue asesinado por sus propios hombres antes de ser capturado. Alejandro castigó a los traidores, proclamándose legítimo sucesor del trono persa. Sin embargo, este periodo también estuvo marcado por decisiones controvertidas. Ese mismo año, Alejandro ejecutó a Filotas, uno de sus generales más cercanos, acusado de conspirar contra él. Poco después, ordenó la muerte de Parmenión, el padre de Filotas, para evitar cualquier revuelta entre sus tropas.

Alejandro Magno discutiendo con su compañero Filotas | Pintura: Weston H

En 327 a. C., Alejandro cruzó el Hindu Kush y llegó a la India, enfrentando nuevas culturas y desafíos. En el 326 a. C., libró la Batalla del río Hidaspes contra el rey Poros, quien utilizó elefantes de guerra en su ejército. Alejandro, con tácticas ingeniosas, derrotó a Poros, pero quedó tan impresionado por su valentía que le permitió seguir gobernando bajo su autoridad. Sin embargo, el agotamiento de su ejército y el deseo de regresar a sus hogares llevaron a Alejandro a detener su avance.

Batalla del Hidaspes | Autor: André Castaigne

Durante su regreso, Alejandro fundó varias ciudades y consolidó su dominio en las regiones conquistadas. Sin embargo, su campaña estuvo marcada por dificultades, como la marcha a través del desierto de Gedrosia, donde muchos de sus soldados perecieron. En 324 a. C., Alejandro regresó a Babilonia, donde comenzó a planear nuevas campañas, incluyendo una posible invasión de Arabia, pero lastimosamente en el 323 a. C., con solo 32 años, Alejandro cayó gravemente enfermo en Babilonia. Las causas de su muerte siguen siendo objeto de debate: malaria, fiebre tifoidea, envenenamiento o agotamiento. Su fallecimiento dejó un vacío de poder, ya que no había nombrado un sucesor claro. Sus generales, conocidos como los diádocos, se dividieron el imperio, iniciando una era de conflictos. Aunque su imperio se fragmentó, el legado de Alejandro perduró. Su visión helenística transformó el mundo antiguo, fusionando culturas y estableciendo un modelo de liderazgo y conquista que inspiraría a generaciones posteriores. Alejandro Magno, el rey que soñó con unificar el mundo, dejó una huella indeleble en la historia.

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336 a.C. - 323 a.C.

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