Historia de Medio Oriente durante el siglo II a. C.: las conquistas romanas de los reinos helenísticos y la atracción griega
Las relaciones entre romanos y griegos en este periodo de expansión romana estuvieron marcadas por una curiosa mezcla de rivalidad y admiración mutua. Los romanos, aunque en ascenso como potencia, veían en la cultura griega un modelo de civilización refinada, especialmente en filosofía, arte y literatura. Incluso adoptaron a sus dioses, adaptándolos a su propia religión. Por su parte, los griegos, aunque orgullosos de su pasado glorioso, comenzaron a respetar el sistema político romano, especialmente su capacidad para mantener el orden y la estabilidad en sus dominios. El historiador británico Robin Lane Fox, especialista en historia antigua, señala que "los romanos fueron conquistados culturalmente por los griegos mucho antes de que los griegos fueran conquistados militarmente por Roma", destacando cómo la cultura helénica influyó profundamente en la identidad romana, incluso cuando Roma emergió como la nueva potencia dominante en el Mediterráneo. Este intercambio marcó un vínculo único en la historia antigua y fue fundamental para la expansión romana.
Segunda Guerra Macedonia (200-197 a. C.)
Segunda Guerra Macedonia
Macedonia, liderado por Filipo V, quien había intentado expandir su control sobre Grecia y el Egeo. Alarmados por sus agresiones, especialmente hacia la Liga Etolia y las ciudades griegas aliadas, Roma intervino para proteger sus intereses. Bajo el liderazgo del cónsul Tito Quincio Flaminino, los romanos derrotaron a Filipo en la decisiva Batalla de Cinoscéfalas en el año 197 a. C., marcando el fin del conflicto. Esta victoria consolidó la influencia de Roma en Grecia, donde Flaminino proclamó la libertad de las ciudades griegas en los Juegos Ístmicos, aunque Roma continuaría ejerciendo un control indirecto sobre la región.
El conflicto entre los griegos seléucida y los griegos de Egipto no cesaban. Todo se inclinó al imperio Seleúcida tras la Quinta Guerra de Siria consolidando más su poderío en las fronteras con Egipto y su más fuerte enemigo eran los romanos y partos. Mientras que por el este los Greco-Bactrianos se expandían tomando terreno hacia el sur. Sin embargo, todo cambió a partir del año 190 a. C., Pérgamo, bajo el liderazgo de los reyes atálidas, aprovechó este declive provocado por los diversos enemigos para expandir su influencia, consolidándose como un centro cultural y político de Asia Menor. Su apogeo llegó con Eumenes II, quien fortaleció alianzas con Roma y extendió su dominio tras la derrota de los seléucidas en la Batalla de Magnesia en el 190 a. C. Poco después, en Judea, el creciente descontento con el gobierno seléucida llevó a la rebelión de los Macabeos en el 167 a. C., liderados por Judas Macabeo. La insurgencia, motivada por la opresión religiosa bajo Antíoco IV Epífanes, culminó en la restauración de la autonomía judía con la fundación de la Dinastía Hasmonea. Mientras Pérgamo brillaba como bastión helenístico, Judea emergía como un símbolo de resistencia cultural y espiritual frente a los imperios.
Y la cosa empezó a ir peor por los Balcanes. Roma contra el rey Perseo de Macedonia, hijo de Filipo V, quien intentó restaurar la gloria de su reino mediante alianzas con estados griegos y helenísticos. Sin embargo, Roma, decidida a eliminar cualquier amenaza en la región, desplegó sus fuerzas lideradas por Lucio Emilio Paulo. La guerra culminó en la decisiva Batalla de Pidna en el 168 a. C., donde la superioridad táctica romana aplastó las formaciones de falange macedónica y griegas sin muchos problemas. Perseo fue capturado, llevado a Roma como prisionero y Macedonia fue dividida en cuatro repúblicas independientes, bajo supervisión romana, poniendo fin a su monarquía. Esta reorganización debilitó políticamente la región y marcó el comienzo del dominio directo de Roma sobre Grecia y los Balcanes. En cuanto a la cuarta guerra más bien fue una breve revuelta liderada por Andrisco, un pretendiente que afirmó ser hijo de Perseo, buscando restaurar el reino macedónico. Aunque inicialmente logró victorias y se proclamó rey, Roma rápidamente sofocó el levantamiento. Tras derrotarlo en la Batalla de Pidna en el 148 a. C., Macedonia fue transformada en una provincia romana, consolidando el control absoluto de Roma sobre la región.
Después de Macedonia los romanos tomaron Grecia en la Guerra Aquea que marcó el final de la independencia griega y la total dominación de Roma sobre la región. Esto sucedió tras que las polis de la Liga de Aquea se revelasen contra Roma, así es como inicia la historia de Occidente.
¿Romanización de Grecia o Helenización de Roma?
Es fácil confundirse, pero la realidad es que los registros nos muestran que los griegos experimentaron un trato ambiguo por parte de sus nuevos amos. Muchos ciudadanos, especialmente de las ciudades rebeldes como Corinto, fueron llevados como esclavos a Roma. Intelectuales, artesanos y soldados griegos terminaban como propiedad de familias romanas, pero no siempre en condiciones de servidumbre degradante. Los griegos esclavizados, por su conocimiento y habilidades, eran altamente valorados: filósofos y poetas se convertían en tutores de la élite romana, mientras que escultores y arquitectos embellecían las ciudades italianas.
A pesar de esto, los romanos no los trataban solo como conquistados. Las ciudades griegas que no se rebelaron, como Atenas, gozaron de cierto respeto y autonomía limitada bajo el control romano. Roma veía a Grecia como la cuna de la cultura y las artes, lo que llevó a un trato más benévolo en comparación con otras regiones sometidas. Incluso generales romanos, como Lucio Mumio, quien saqueó Corinto, mostraban una mezcla de brutalidad y reverencia por los tesoros helénicos. Así, mientras algunos griegos sufrían en la esclavitud, otros prosperaban como transmisores de su cultura al corazón del naciente imperio romano. En un giro irónico, aunque Grecia perdió su libertad, conquistó espiritualmente a sus conquistadores.
La religión griega se integró profundamente en la romana: Zeus se convirtió en Júpiter, Atenea en Minerva y así sucesivamente, adaptando los mitos y dioses helénicos a sus propias creencias. Pero no se detuvo ahí. Las costumbres griegas, desde la organización de simposios hasta el uso de teatros y gimnasios, comenzaron a formar parte de la vida romana. Incluso la filosofía, con figuras como Platón, Aristóteles y los estoicos, influyó en el pensamiento romano, moldeando sus leyes y su visión del mundo. Los romanos no solo adoptaron, sino que elevaron lo griego en sus propias obras. Los aristócratas romanos querían parecer tan cultos como los filósofos helenos, contrataban tutores griegos y viajaban al este para estudiar. Sin embargo, en esta mezcla cultural, Roma siempre mantuvo su carácter práctico y autoritario, ajustando lo griego a sus necesidades, como en la arquitectura o el arte.
Conquista de Asia Menor (133-129 a. C.)
Todo comenzó con la muerte del rey Átalo III en el 133 a. C., quien, al no tener herederos directos, legó su reino a Roma en su testamento. Este acto sorprendió a muchos, ya que el próspero reino de Pérgamo, con su rica cultura y economía, pasó a ser parte del territorio romano casi sin oposición inicial. Sin embargo, no todos aceptaron esta transición pacíficamente.
El legado de Átalo fue cuestionado por Aristonico, un supuesto hijo ilegítimo de la dinastía Atálida, quien lideró una rebelión conocida como la Guerra de Aristonico o Guerra de Asia Menor. Como sea, con el apoyo de esclavos, campesinos y ciertos grupos locales, Aristonico intentó resistir la autoridad romana. Sin embargo, Roma, con la ayuda de aliados como Eumenes III de Bitinia y otras ciudades griegas, derrotó a los rebeldes en una serie de campañas que culminaron en el 129 a. C., consolidando su control sobre Pérgamo y estableciendo la provincia de Asia.
Además de Pérgamo, Roma aprovechó esta expansión para asegurar su influencia sobre otras ciudades cercanas y regiones estratégicas de Asia Menor. Esto marcó el comienzo de un período de dominación directa romana, que integró la rica cultura helenística de estas ciudades en el marco político romano, pero también inició tensiones con potencias vecinas como el Reino del Ponto, preludiando futuros conflictos en la región.
En el otro contexto el gran imperio seleúcida se había reducido a poco o nada debido a la expansión de los partos. Esta independencia de los partos significó un desafío para los seléucidas, que vieron cómo su control sobre el territorio de Oriente Medio se fragmentaba, mientras los partos se consolidaban como una potencia regional con un gobierno basado en tradiciones persas y helenísticas.
Fin del siglo II a. C. en Oriente Medio (120-100 a. C.)
En los últimos veinte años del período helenístico, Oriente Medio atravesó una serie de cambios políticos, conflictos y transformaciones que marcaron el fin de una era de expansión y control bajo los imperios sucesores de Alejandro Magno. Durante este tiempo, el Imperio Seléucida, debilitado por luchas internas y constantes conflictos con pueblos externos, perdió gran parte de su territorio ante pueblos como los partos y otros grupos regionales como los indogriegos. Esta fragmentación fue clave, ya que los partos se establecieron como una fuerza dominante en la región, especialmente con el ascenso de la dinastía Arsácida, quienes lograron consolidar su poder al aprovechar las debilidades de los seléucidas.
Roma se consolidó como una fuerza hegemónica en el Mediterráneo, expandiendo su influencia en Oriente Medio mediante alianzas, conquistas y un sistema militar que desestabilizaba a los reinos helenísticos. Además, el surgimiento de tensiones con regiones como Siria y las luchas con pueblos vecinos significaron un panorama inestable para las dinastías helenísticas que gobernaban en estos territorios. Al final de estos veinte años, Oriente Medio estaba marcado por la mezcla de culturas, alianzas frágiles y la expansión de nuevos actores políticos como los partos y los romanos. El debilitamiento del Imperio Seléucida, el ascenso de los partos como una potencia regional con influencia persa y los desafíos de los Ptolomeos en Egipto mostraban un escenario de transformación constante. Este período fue testimonio de cómo el poder helenístico, aunque avanzado y dominante durante siglos, comenzaba a dar espacio a nuevas dinámicas de poder y ambiciones imperiales.