La Hegemonía de Tebas y el acenso de Filipo II de Macedonia
Guerra Social (371-355 a. C.)
En medio de la fragmentación del poder griego tras la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso y la progresiva decadencia de Esparta, emergió un nuevo protagonista en el escenario: Tebas. Durante un breve pero brillante periodo en el siglo IV a.C., los tebanos tomaron la delantera en el mundo helénico, liderados por dos de los estrategas más brillantes de su época, Epaminondas y Pelópidas. Fue en la Batalla de Leuctra en el 371 a.C. donde los tebanos lograron lo impensable: derrotaron a los espartanos en campo abierto, destruyendo su reputación de invencibilidad. Con tácticas innovadoras, como la táctica oblicua que rompió las líneas espartanas, Tebas aplastó al ejército lacedemonio y dio un golpe mortal a su hegemonía. Esparta nunca se recuperó completamente, y su autoridad en el mundo griego quedó destrozada.

Tras esta victoria, los tebanos no se contentaron con expulsar a Esparta del escenario principal; llevaron su ejército al corazón del Peloponeso, liberando a los mesenios, que habían estado sometidos como ilotas durante siglos. En su apogeo, Tebas lideró la creación de una nueva coalición de ciudades-estado que buscaba equilibrar las fuerzas en Grecia. Sin embargo, este liderazgo tebano fue efímero. Epaminondas, el genio militar que sostenía la hegemonía tebana murió en la Batalla de Mantinea en el 362 a.C., donde, aunque los tebanos obtuvieron una victoria táctica, la pérdida de su líder marcó el fin de su era de dominio. Sin su guía, Tebas perdió cohesión y no pudo mantener su lugar a la cabeza del mundo griego.
Mientras tanto, Atenas intentó recuperar algo de su antiguo poder con la formación de la Segunda Liga Marítima. Sin embargo, esta alianza, que inicialmente buscaba resistir la influencia espartana y preservar la independencia de las poleis, pronto se volvió opresiva, repitiendo los errores de la Liga de Delos. Esto condujo a la Guerra Social (357-355 a.C.), en la que varias ciudades aliadas, como Rodas y Cos, se rebelaron contra el dominio ateniense. La guerra debilitó a Atenas, que perdió aliados cruciales y gran parte de su poder naval. Aunque sobrevivió como una potencia regional, la Atenas de la Guerra Social era una sombra de la ciudad que había dominado Grecia durante la Edad de Oro.
En este mismo periodo de crisis y cambios, en el extremo occidental del mundo griego, se construía una de las maravillas más impresionantes de la Antigüedad: el Mausoleo de Halicarnaso. Mandado erigir por la reina Artemisia II en honor a su esposo, el rey Mausolo, este monumento funerario en Caria simbolizaba la fusión de influencias griegas y orientales. Su diseño monumental, con esculturas detalladas y columnas majestuosas, representaba la aspiración de los gobernantes locales a destacar en el mundo helénico. Aunque lejos del conflicto griego continental, el Mausoleo recordaba que el legado cultural y artístico de Grecia seguía extendiéndose incluso en tiempos de inestabilidad política.

Así, el periodo posterior a la hegemonía tebana fue una etapa de fragmentación y luchas intestinas, en la que ninguna ciudad-estado logró dominar por completo. Mientras Tebas perdía su liderazgo, Esparta se sumía en una decadencia irreversible, y Atenas enfrentaba sus propios conflictos internos, el panorama griego quedaba abierto a nuevas fuerzas que pronto cambiarían el curso de la historia helénica. Pero por ahora, los ecos de gloria, lucha y creación mantenían viva la llama del mundo griego, a pesar de las divisiones y los desafíos.

La llegada de Filipo II de Macedonia al escenario griego marcó un giro crucial en la historia de Grecia. Ascendió al trono en 359 a.C., en un reino que estaba al borde del colapso, rodeado de enemigos y debilitado por la falta de cohesión interna. Sin embargo, Filipo, un estratega brillante y un político astuto, transformó Macedonia en una potencia formidable. Reformó su ejército introduciendo la falange macedonia, una formación compacta armada con largas lanzas llamadas sarissas, que ofrecía una ventaja decisiva en el campo de batalla. Además, fortaleció la economía de su reino mediante la explotación de minas de oro y plata y construyó alianzas diplomáticas a través de matrimonios y pactos estratégicos, lo que le permitió mirar hacia el sur con ambición.
Su primera intervención significativa en Grecia fue durante la Tercera Guerra Sagrada (356-346 a.C.), un conflicto entre los focidios y una coalición liderada por Tebas. Filipo fue llamado a intervenir en nombre de la Liga Anfictiónica, una organización religiosa y política que buscaba mediar en las disputas entre las ciudades-estado. Aprovechando esta oportunidad, Filipo derrotó a los focidios y se aseguró un lugar en el consejo de la Liga, ganando influencia en los asuntos griegos. Al mismo tiempo, Atenas, debilitada tras la Guerra Social y desconfiando de los movimientos de Filipo, trató de resistir su expansión. Sin embargo, la división entre las polis griegas dificultaba cualquier esfuerzo conjunto para contener al rey macedonio.
Filipo obtuvo una victoria decisiva que selló la suerte de las ciudades-estado griegas. Este macedonio ya había tomado, en el 357 a.C., Anfípolis, clave por sus recursos, así como Pydna y Potidea, asegurando el control de la costa macedonia. Más tarde, durante la Tercera Guerra Sagrada, ocupó ciudades en Tesalia y Beocia, ganando influencia en el centro de Grecia. Su mayor triunfo llegó tras la Batalla de Queronea en el 338 a.C., donde derrotó a la coalición de Atenas y Tebas, asegurando su dominio sobre ambas. Con su ejército disciplinado y la participación destacada de su hijo Alejandro. Aunque respetó formalmente la autonomía ateniense, impuso condiciones severas, limitando su poder naval y político.
Tras esta batalla, Filipo fundó la Liga de Corinto, una alianza bajo su liderazgo que unificó a la mayoría de Grecia, aunque Esparta se negó a unirse. Esta liga no solo marcó el fin de la independencia de las polis, sino que también estableció el escenario para su próximo gran proyecto: la invasión del Imperio persa. Así, la llegada de Filipo II a Grecia no solo consolidó el poder macedonio, sino que también marcó el fin de la era clásica y el inicio de una nueva etapa en la historia helénica.