La caída de los atenienses en la Guerra del Peloponeso y la Hegemonía de Esparta

Segunda Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.)

Tras el primer enfrentamiento entre atenienses y espartanos vino una paz de quince años muy tensa entre la Liga de Dedos (democracia liderada por Atenas) y la Liga del Peloponeso (oligarquía liderada por Esparta). Atenas, bajo el liderazgo de Pericles, confiaba en su dominio del mar y en la protección de sus murallas, mientras que Esparta, dirigida por una serie de líderes militares, buscaba doblegar a Atenas mediante incursiones terrestres y asedios. Los primeros años de la guerra estuvieron marcados por la estrategia defensiva de Pericles, quien confiaba en que su flota podría mantener a salvo a la ciudad mientras Esparta luchaba por controlar el territorio. Sin embargo, a medida que los años avanzaban, la guerra se volvía más compleja y desgastante para ambos bandos. En el 430 a.C., una peste (tifis o viruela) devastadora golpeó Atenas, llevándose la vida de Pericles y de miles de ciudadanos. Cleón, un demócrata radical, tomó las riendas, pero la verdad es que la peste fue un golpe que debilitó a Atenas, la lucha continuó, con escaramuzas, asedios y tensiones cada vez mayores. Mientras tanto, Esparta, aunque superior en el campo de batalla terrestre, no podía hacer frente al dominio naval de Atenas.

2 Guerra del Peloponeso

2 Guerra del Peloponeso

El conflicto se intensificó en 425 a.C. con la Batalla de Esfacteria, un momento clave en el que Atenas logró capturar a un contingente de hoplitas espartanos, algo inaudito hasta entonces, lo que dio un respiro a los atenienses. Esparta pidió la paz, algo que sorprende demasiados a los historiadores. Yo pienso que, a pesar de los esfuerzos de ambas partes por conseguir la victoria definitiva, el conflicto parecía no tener fin. Atenas siguió atacando debido a las grandes ambiciones de Cleón, esto le costaría porque los espartanos lograron apoderarse de algunas polis de la Liga de Delos. Poco después rey espartano Brásidas y el líder ateniense Cleón murieron en la misma batalla: la Batalla de Anfípolis, librada en el 422 a.C. Este enfrentamiento ocurrió en la ciudad estratégica de Anfípolis, en Tracia, un lugar clave para el control de las rutas comerciales y los recursos de la región.

Finalmente, en 421 a.C., tras años de desgaste, se firmó la Paz de Nicias, una tregua que, aunque esperaba poner fin a la guerra, no resolvió las tensiones subyacentes entre las dos potencias. Sin embargo, esta paz fue efímera, y en 415 a.C., la guerra se reavivó, con Atenas lanzando una ambiciosa expedición a Sicilia, que resultó en un desastre militar. La ciudad siciliana de Segesta había pedido ayuda a Atenas porque Siracusa y ciudades aliadas no cumplían con los términos establecidos y Atenas envió una expedición. Esta expedición fu en el famoso caso de los Hermocópidas.

Después de la desastrosa Expedición Siciliana de 415-413 a.C., Atenas quedó debilitada, humillada y aparentemente al borde del colapso. Su flota, orgullo de la ciudad, había sido aniquilada, y miles de sus mejores soldados perecieron o fueron capturados en Siracusa. La noticia de la derrota resonó por todo el mundo griego y varias polis de la Liga de Delos empezaron a rendirse, y sus enemigos, la Liga del Pelopones, vieron una oportunidad única para acabar con la hegemonía ateniense. Fue entonces cuando la guerra revivió con una ferocidad renovada, y Esparta, viendo el momento perfecto para golpear, intensificó su ofensiva. Los ciudadanos cuestionaban las decisiones de sus líderes y buscaban culpables por la debacle en Sicilia. Fue en este contexto caótico que emergieron personajes clave como Alcibíades y Trasíbulo, cada uno desempeñando roles fundamentales, aunque a menudo polémicos, en los años finales de la guerra.

Alcibíades, un carismático pero controvertido líder ateniense, fue tanto héroe como traidor. Antes de la expedición a Sicilia, había sido uno de sus más fervientes promotores, pero poco después fue acusado de sacrilegio y obligado a huir de Atenas. En un giro dramático, se refugió primero con Esparta, donde asesoró a los espartanos en estrategias que resultaron devastadoras para Atenas, como la ocupación de Decelia. Sin embargo, su relación con Esparta se deterioró, y Alcibíades terminó buscando asilo en Persia, donde actuó como un intrigante político, jugando con ambas potencias en su propio beneficio. Por otro lado, Trasíbulo, un estratega ateniense menos conocido, pero profundamente comprometido con la democracia, se convirtió en un baluarte de resistencia. En el momento más oscuro de Atenas, cuando los oligarcas tomaron el poder en el golpe de estado de los Cuatrocientos (411 a.C.), Trasíbulo lideró la lucha para restaurar la democracia. Más tarde, cuando el régimen oligárquico de los Treinta Tiranos fue impuesto tras la derrota en la guerra, Trasíbulo huyó y organizó una resistencia desde el exilio.

En el 411 a.C., tras años de exilio, Alcibíades ofreció regresar a Atenas, prometiendo usar sus conexiones para recuperar aliados y debilitar a Esparta. Su retorno fue recibido con esperanza, y bajo su liderazgo, Atenas logró algunas victorias importantes, como la Batalla de Cícico en el 410 a.C. Sin embargo, su estrella volvió a declinar, y en el 406 a.C. fue destituido y exiliado de nuevo.

En 413 a.C., Esparta había consolidado una alianza con Persia, su antiguo enemigo, gracias a él general Lisandro. Con el oro persa financiando sus esfuerzos militares, los espartanos pudieron construir una flota más fuerte, algo que tradicionalmente había sido su debilidad frente a Atenas. Además, bajo el mando del estratega espartano Lisandro, la guerra tomó un rumbo más implacable. Esparta estableció una base en Decelia, cerca de Atenas, desde donde asfixiaron a la ciudad, cortando sus suministros terrestres y marítimos. Al mismo tiempo, Esparta fomentó rebeliones entre los aliados atenienses, debilitando aún más su imperio.

Atenas, sin embargo, no estaba lista para rendirse. Los atenienses, demostrando una sorprendente resistencia, reconstruyeron su flota a pesar de sus enormes pérdidas. En 411 a.C., la ciudad vivió la ya mencionado, es decir, el golpe de estado que estableció un breve gobierno oligárquico, conocido como los Cuatrocientos, pero ya saben que fue restaurada. Durante estos años, la lucha se desplazó principalmente al mar, donde ambas potencias chocaron en batallas navales estratégicas. Atenas incluso logró victorias significativas, como la Batalla de las Arginusas en 406 a.C., donde destruyó una flota espartana. Sin embargo, estas victorias se lograron a un gran costo humano y económico.

El golpe definitivo llegó en 405 a.C., en la Batalla de Egospótamos. Lisandro, aprovechando su astucia militar y los errores de Atenas, logró sorprender a la flota ateniense, destruyéndola casi por completo. Sin su flota, Atenas quedó aislada y vulnerable. Al año siguiente, Esparta asedió la ciudad, bloqueándola por tierra y mar, y Atenas, exhausta y hambrienta, se rindió en el 404 a.C. Con esto, la guerra terminó, y Esparta se alzó como la potencia dominante de Grecia, aunque la victoria dejó a todo el mundo griego debilitado y profundamente fragmentado.

Lisandro manda derribar las murallas de Atenas | Autor: Pupilo

Lisandro manda derribar las murallas de Atenas | Autor: Pupilo

Atenas fue sometida a las condiciones impuestas por Esparta, que desmantelaron su poder y hegemonía. Se le ordenó disolver la Liga de Delos, entregar casi toda su flota, quedándose con solo 12 trirremes, y demoler las Murallas Largas, que habían protegido su conexión con el puerto de El Pireo. Además, Esparta impuso el régimen de los Treinta Tiranos, un gobierno oligárquico que gobernó con dureza, persiguiendo a los defensores de la democracia. Por último, Atenas fue forzada a convertirse en un aliado subordinado de Esparta, marcando el fin de su Edad de Oro y reduciéndola a una sombra de su antiguo esplendor.

Mientras Atenas y Esparta libraban sus guerras interminables en el corazón de Grecia, en el noroeste, lejos de las disputas marítimas y las alianzas fragmentadas, el Reino de Epiro crecía silenciosamente, forjando su identidad entre montañas y valles agrestes. Al principio, Epiro era un territorio de tribus independientes, cada una gobernada por jefes locales, pero el caos de las guerras del Peloponeso y la ausencia de atención de las grandes potencias permitió que estas comunidades comenzaran a unirse bajo una causa común. Fue la dinastía de los Aeácidas, quienes afirmaban ser descendientes del mítico héroe Aquiles, la que consolidó este proceso. Aprovechando las rivalidades de Atenas y Esparta, los reyes de Epiro fortalecieron sus fronteras y buscaron alianzas estratégicas, especialmente con Macedonia y Tesalia. Mientras los griegos se desgastaban en sus conflictos, los epirotas construían una base de poder sólida, conectando rutas comerciales entre el interior montañoso y la costa del Mar Jónico, lo que les permitió prosperar económicamente.

La unidad de Epiro no fue fruto de grandes batallas, sino de una estrategia lenta y cuidadosa. Los Aeácidas fomentaron la integración cultural y religiosa, consolidando el culto a Zeus en el oráculo de Dodona, uno de los más antiguos y respetados de Grecia, que atrajo peregrinos de todas partes. Así, mientras las poleis griegas quedaban devastadas por la guerra, Epiro emergía como un reino estable y bien organizado, preparándose para jugar un papel más importante en los siglos venideros.

Hegemonía de Esparta (404-371)

La historia dice que Esparta finalmente se quedó con la hegemonía tras la devastadora rivalidad; pero esto no fue realmente del todo. La verdad es que esto marca el inicio del decaimiento de los griegos después de su Siglo de Oro. Esparta heredó un mundo griego fragmentado, agotado por décadas de conflicto. En este contexto, sus relaciones con el imperio persa, que habían sido clave para ganar la guerra, comenzaron a desempeñar un papel ambiguo y, en ocasiones, contradictorio.

Durante la guerra, Esparta había buscado la ayuda de Persia, obteniendo financiamiento para construir una flota capaz de rivalizar con la ateniense. A cambio, Esparta había prometido permitir que Persia recuperara el control de las ciudades griegas de Asia Menor, que Atenas había protegido durante su apogeo. Tras la victoria, Esparta, liderada por figuras como Lisandro, intentó mantener la alianza persa, pero pronto surgieron tensiones. Esparta no cumplió completamente con su promesa de entregar las ciudades jónicas, y su creciente intervención en Asia Menor molestó al rey persa Artajerjes II.

En otro contexto que expliqué en la historia persa, sucedió la Batalla de Cunaxa, una confrontación entre los ejércitos de Artajerjes II, el rey legítimo del imperio, y su hermano menor, Ciro el Joven, quien intentó usurpar el trono. Este conflicto se desarrolló en el marco de una rebelión interna en Persia, pero también implicó a fuerzas externas, ya que Ciro contrató a un contingente de mercenarios griegos para reforzar su ejército, marcando una de las primeras intervenciones importantes de los griegos en los asuntos persas tras las guerras médicas.

El punto crítico llegó durante la Guerra de Corinto (395-387 a.C.), cuando varias polis griegas, apoyadas por Persia, se rebelaron contra la hegemonía espartana. Persia, viendo que Esparta ahora representaba una amenaza para sus intereses, financió a sus enemigos, incluyendo Atenas, Tebas y Corinto. Sin embargo, cuando la guerra se prolongó, Persia decidió cambiar de táctica: mediante la Paz de Antálcidas (387 a.C.), también conocida como la Paz del Rey, Persia logró imponer un tratado que le devolvió el control de las ciudades jónicas y aseguró su influencia sobre Grecia, utilizando a Esparta como su ejecutor. Así, Esparta se convirtió en un agente del poder persa, asegurando la estabilidad del tratado mientras reprimía cualquier resistencia griega.

Mapa de la zona alrededor del antiguo Lecaheum, cerca de Corinto.

Mapa de la zona alrededor del antiguo Lecaheum, cerca de Corinto.

Este apoyo al Imperio persa, aunque estratégico, dañó la reputación de Esparta como protectora de la libertad griega y alienó a muchas ciudades-estado. Atenas, por su parte, pudo reconfortarse y llegó a restaurarse un poco. En las décadas siguientes, la autoridad espartana comenzó a decaer, especialmente con el ascenso de Tebas que conformó la Conferencia de Beocia de Epaminondas y Pelópidas en el 378 a. C. y tras años complejos derrotaron a los espartanos del rey Cleómbroto I en la Batalla de Leuctra (371 a.C.), que marcó el fin de su hegemonía. La colaboración con Persia, aunque inicialmente útil, terminó siendo un signo de la vulnerabilidad y decadencia de Esparta.

ATRÁS

Los hechos resumidos abarcan des del 431 a. C. hasta el 371 a. C.

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