La alianza de Atenas y Esparta en las Guerras Medicas
A inicios del siglo VI los focenses fueron fundamentales en la expansión griega durante el periodo arcaico. Originarios de Focea, una ciudad de la costa de Asia Menor, los focenses establecieron varias colonias a lo largo del Mediterráneo y el Mar Negro, entre los siglos VIII y VI a.C. Las más destacadas fueron Massalia (la actual Marsella, en el sur de Francia), fundada alrededor del 600 a.C., y Emporion (en la actual Cataluña, España). Estas colonias fueron cruciales para el comercio griego, actuando como puertos estratégicos que conectaban el mundo griego con el interior de Europa y el norte de África como la colonia de Cirene o Tauquira. Los griegos también hicieron otras colonias en Egipto e intentaron imponer en Cerdeña, pero no pudieron debido a la presencia de Cartago.
En el año 570-560 a. C. los espartanos fundaron la Liga del Peloponeso tras expandirse por el sur, esta alianza fue con otras polis para hacer frente a los aliados de Atenas en la Liga de Delos y las polis neutras. Originalmente funcionó como una confederación defensiva, en la que los miembros se comprometían a ayudar mutuamente en caso de guerra, especialmente frente a amenazas externas. A lo largo del tiempo, la liga estuvo dominada por Esparta, que tenía el liderazgo militar y político de la alianza.

En el 560 a. C. llegó Pisístrato a Atenas, considerado un tirano, gobernó entre 561 y 527 a.C. Tras varios intentos fallidos, logró tomar el poder y establecer un régimen que, aunque no democrático, mejoró la vida de las clases bajas mediante políticas como la redistribución de tierras y la promoción de obras públicas. Fomentó la cultura y las artes, patrocinando festivales y mejorando la infraestructura de la ciudad. Su gobierno trajo estabilidad a Atenas, sentando las bases para su posterior florecimiento cultural. Tras su muerte, sus hijos continuaron su legado, aunque su tiranía terminó con la instauración de la democracia.
Cleístenes, líder ateniense clave, implementó reformas políticas decisivas alrededor del 508 a.C., sentando las bases de la democracia ateniense. Tras la tiranía de Pisístrato y el breve retorno de la aristocracia, Cleístenes introdujo cambios radicales en la organización política de Atenas. Su principal reforma fue la creación de un nuevo sistema de tribus, dividiendo a los ciudadanos en diez tribus basadas en su lugar de residencia. Esto permitió una distribución más equitativa del poder y una mayor participación de las clases bajas. Además, reorganizó el sistema judicial y la Asamblea, dando más poder al pueblo en las decisiones políticas. Introdujo el ostracismo, una medida para evitar el abuso de poder por parte de los líderes. Estas reformas marcaron el comienzo de una verdadera participación ciudadana en Atenas y contribuyeron a la creación de una democracia más inclusiva.

Los Juegos Olímpicos, por otro lado, mejoraron, se les añadieron otros como los Juegos Ístmicos, celebrados en el Istmo de Corinto, eran uno de los cuatro grandes festivales panhelénicos de la antigua Grecia, junto con los Juegos Olímpicos, los Juegos Nemeos y los Píticos. Los Juegos Ístmicos, que se celebraban cada dos años en honor a Poseidón, incluían competiciones atléticas, musicales y poéticas. Por otro lado, los Juegos Nemeos se realizaban en Nemea, en honor a Zeus, y tenían lugar también cada dos años. Los Píticos, celebrados en Delphi en honor a Apolo, eran conocidos por sus competiciones musicales y poéticas, además de las tradicionales pruebas atléticas, y se celebraban cada cuatro años. Estos festivales eran importantes tanto para la religión como para la cultura griega, ya que promovían la unidad entre las diferentes polis y celebraban los logros atléticos, artísticos y espirituales.
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Época Clásica (500-431 a. C)

Tras la muerte de Ciro II el Grande en el 530 a. C, los reyes Camises II u Esmerdis continuaron expandiendo el imperio persa una barbaridad, tomaron las ciudades griegas de Focea, Efeso, Samos, las ciudades de los jonios y la de Mileto. Estas últimas por el rey persa Darío I el Grande. Pidieron ayuda a Esparta, pero estos estaban de fiestas y los atenienses bien informados decidieron ayudar porque sabían que había nacido un poderoso imperio así que junto a Eretria habían apoyado esta rebelión de los jonios, lo que provocó la ira de Darío, quien decidió castigar a las ciudades griegas y consolidar su poder en la región. El ejército persa, dirigido por el general Datis, cruzó el mar Egeo y desembarcó en la llanura de Maratón, cerca de Atenas.

Ante la inminente amenaza, los atenienses, liderados por Milcíades, decidieron enfrentar a los persas sin esperar ayuda de sus aliados. A pesar de que los persas superaban en número a los atenienses, Milcíades ideó una táctica innovadora. Decidió reforzar los flancos de su ejército, buscando rodear a los persas en el campo de batalla. El 25 de septiembre de 490 a.C., la Batalla de Maratón se libró, y a pesar de la desventaja numérica, los atenienses lograron una victoria sorprendente. Los persas sufrieron grandes bajas y, al verse derrotados, tuvieron que retirarse a sus barcos sin haber logrado invadir Atenas.
Aunque los persas nunca lograron conquistar Grecia durante la Primera Guerra Médica, su derrota en Maratón fue decisiva, ya que frenó sus ambiciones expansionistas en el oeste. Atenas celebró la victoria como un triunfo del coraje y la unidad de sus ciudadanos, y la moraleja de la batalla sirvió para fortalecer la confianza de las polis griegas en su capacidad de resistir el poderío persa. Esta guerra, que duró solo un par de años, dejó una marca indeleble en la historia de Grecia, demostrando que, aun con desventajas, la determinación de las ciudades-estado griegas podía prevalecer sobre una de las mayores potencias del mundo antiguo.
Después de la victoria en la Primera Guerra Médica, Temístocles se consolidó como uno de los más grandes estrategas y líderes de Atenas. Tras la Batalla de Maratón (490 a.C.), donde la victoria ateniense se logró gracias a una táctica militar decisiva, Temístocles se destacó por su visión estratégica y por la importancia que le dio al poder naval. Aunque la amenaza persa había sido temporalmente repelida, Temístocles entendió que el verdadero peligro para Grecia radicaba en una futura invasión persa, por lo que centró sus esfuerzos en reforzar la flota ateniense.
Temístocles propuso, con éxito sobresaliente, el fortalecimiento de la armada de Atenas, sugiriendo el uso de la riqueza obtenida de las minas de Laurisio, situadas en las cercanías de la ciudad, para construir una nueva flota de trirremes (barcos de guerra). Su política naval y su habilidad para convencer a los atenienses de la necesidad de una flota poderosa fueron cruciales para el futuro de Atenas. Este enfoque se materializó en la construcción de una gran flota, que jugaría un papel clave en las Guerras Médicas posteriores.
Mientras las ciudades griegas luchaban contra los persas en el continente, en Sicilia, los griegos también enfrentaban grandes desafíos. Los griegos de Sicilia, principalmente las colonias establecidas por ciudades como Syracusa y Selinunte, se encontraban luchando contra los cartagineses, quienes eran una poderosa potencia marítima y terrestre del norte de África. En 480 a.C., el mismo año de las grandes victorias griegas en Salamina y Plateas, los cartagineses, bajo el mando de Amílcar, invadieron Sicilia con el objetivo de expandir su influencia sobre la isla. Los cartagineses atacaron la ciudad de Himera, en el norte de Sicilia, donde se libró una batalla crucial. En esta confrontación, los griegos, liderados por el comandante Gelón de Siracusa, lograron una victoria decisiva sobre los cartagineses, expulsándolos de la isla. Esta victoria no solo salvó a las colonias griegas en Sicilia, sino que también aseguró el dominio griego sobre la isla durante décadas hasta la expansión romana.
Poco antes de la segunda invasión persa liderada por Jerjes I (sucesor de Darío I), los griegos, conscientes de que la supervivencia de sus ciudades-estado estaba en juego, decidieron unirse en la Liga Panhelénica. La coalición no era una alianza política formal, sino una unión temporal de fuerzas militares, bajo el liderazgo de Esparta en tierra y Atenas en el mar. Juntas, las polis griegas establecieron un frente común para resistir al Imperio Persa, que ya había arrasado Asia Menor y estaba decidido a conquistar Grecia.
La Segunda Guerra Medica empezó con la amenaza persa ya mencionada, mucho más poderosa que antes, se cernía sobre las ciudades-estado griegas, pero, a pesar del miedo, los griegos decidieron resistir y, esta vez, unirse más firmemente que antes. Los líderes más destacados, como el espartano Leónidas y el ateniense Temístocles, tomaron las riendas de la defensa griega. El primer gran enfrentamiento tuvo lugar en el desfiladero de las Termópilas, donde el rey Leónidas y sus 300 espartanos, junto con algunos aliados griegos, resistieron durante varios días a la enorme fuerza persa. A pesar de su valentía y destreza militar, los griegos fueron finalmente rodeados por un traidor que reveló un paso secreto. Leónidas y sus hombres lucharon hasta la muerte, convirtiéndose en héroes y dejando un legado de resistencia frente a un imperio aparentemente invencible. Mientras tanto, los atenienses, bajo el liderazgo de Temístocles, se preparaban para una batalla decisiva en el mar.
Con la caída de las Termópilas, Jerjes marchó hacia Atenas. La ciudad fue evacuada y todos se fueron a la isla Salamina, pero los persas, al llegar y no ver a nadie en Atenas para luchar, la incendiaron y destruyeron gran parte de Atenas, arrasando el Partenón, el Templo de Atenea y otros monumentos sagrados. Aunque Atenas fue devastada, la decisión estratégica de evacuar la ciudad permitió a los atenienses continuar la lucha. En paralelo, Temístocles, el líder ateniense, ideó un plan para enfrentar a los persas en el mar. Así, en la batalla de Salamina se convirtió en el punto de inflexión en la guerra. Temístocles, consciente de que la superioridad numérica persa en tierra era insuperable, utilizó su astucia para atraer a la flota persa hacia las estrechas aguas de Salamina, donde las grandes naves persas no podían maniobrar con eficacia. En un enfrentamiento decisivo, la flota griega, más ágil y mejor preparada, destrozó a la flota persa, obligando a Jerjes a retirarse. La victoria en Salamina, seguida por la derrota persa en Plateas al año siguiente, significó el fin de la amenaza persa para Grecia. Las ciudades griegas, aunque aún divididas, celebraron su victoria, habiendo demostrado que su resistencia y unidad podían derrotar incluso a uno de los imperios más poderosos del mundo antiguo.

La liga alcanzó su mayor gloria en las batallas de Salamina y luego; la de Plateas en 480-479 a.C., donde, a pesar de las diferencias entre las ciudades-estado, lograron derrotar a los persas en el mar y en tierra. La victoria en Salamina, bajo el mando de Temístocles, fue decisiva para frenar la invasión persa, y la posterior victoria en Plateas consolidó el fin de la amenaza; sin embargo, esto terminó en la región de Jonia con la ayuda del espartano Leotíquidas II en la batalla de Mácala. Aunque luego esta Liga Panhelénica comenzó a desintegrarse tras estas victorias.
Tras esta guerra, en 478 a.C., el rey persa intentó recuperar el control sobre las ciudades griegas de Asia Menor, donde aún conservaba dominio, y se propuso lanzar una nueva ofensiva para reafirmar su poder. Las polis griegas, por su parte, sabían que el peligro no había desaparecido, por lo que decidieron unir fuerzas una vez más, formando la Liga de Delos en el 477 a. C., una coalición liderada por Atenas, con el objetivo de expulsar a los persas de las regiones cercanas y proteger las ciudades griegas que aún sufrían bajo el yugo persa. Esta liga también se creó para contrarrestar la Liga del Peloponeso.
La Liga estaba compuesta inicialmente por una serie de polis griegas que contribuyeron con recursos, ya fueran barcos o dinero, para crear una flota común destinada a la defensa. Atenas, por su parte, dominaba la liga, pues era la ciudad con el poder naval más fuerte, y la mayoría de los miembros de la alianza estaban bajo su liderazgo. Aunque al principio la liga tenía una finalidad defensiva y colectiva llegando a construir los famosos muros de Atenas, con el tiempo, Atenas fue aprovechando los recursos y la autoridad de la liga para consolidar su poder y transformar la alianza en una suerte de imperio ateniense. Esto generó tensiones con algunas polis miembros, como Naxos y Míconos, que intentaron abandonar la liga, pero fueron reprimidas por Atenas.
Nota: Temístocles se exilió en Persia tras perder el apoyo en Atenas. Después de su victoria en la batalla de Salamina (480 a.C.), Temístocles se convirtió en un héroe en Atenas, pero con el tiempo fue perdiendo poder político debido a sus métodos autoritarios y a sus tensiones con otros líderes de la ciudad, como Aristides. En 471 a.C., fue desterrado de Atenas en un proceso conocido como ostracismo. Temístocles se trasladó entonces a Asia Menor, y, según algunas fuentes históricas, fue recibido por el rey persa Artajerjes I, quien lo nombró gobernador de una región en el Imperio Persa. Aparentemente, Temístocles ofreció sus servicios al imperio persa debido a su experiencia en la guerra naval y a su conocimiento de las tácticas griegas. Su cambio de lealtades fue visto como una traición por muchos, pero también reflejó la compleja relación entre las polis griegas y el Imperio Persa en este periodo.
En 467 a.C., tras cierta paz, pero con tensiones entre atenienses y espartanos, llegó la Tercera Guerra Médica, las polis griegas, bajo el liderazgo de Atenas, lucharon nuevamente contra el Imperio Persa. El enfrentamiento clave tuvo lugar en la batalla de Eurimedonte, donde la flota ateniense, comandada por Cimon (quien había ganado mucha popularidad), infligió una derrota decisiva a los persas tanto en el mar como en tierra. La victoria griega resultó en la destrucción casi total de la flota persa, asegurando el control griego sobre las ciudades de Asia Menor y consolidando la supremacía de Atenas en la región. Este triunfo selló el fin de la amenaza persa directa para Grecia.
En el año 464 a.C., la tierra tembló en Esparta, un terremoto tan devastador que dejó a la orgullosa ciudad al borde del caos. Entre las ruinas, los hilotas mesenios vieron su oportunidad de romper las cadenas que los habían mantenido oprimidos por generaciones. Alzándose en rebelión, se atrincheraron en el imponente monte Ithome, un bastión natural que desafió a las fuerzas espartanas durante casi diez años. Los espartanos, acostumbrados a la disciplina militar, enfrentaron no solo la ferocidad de los mesenios, sino también el peso de su desconfianza hacia aliados como Atenas, quienes acudieron con ayuda, pero despertaron más sospechas que gratitud. Al final, tras años de asedio y resistencia, los mesenios, exhaustos pero indomables, aceptaron el exilio en el 454 a. C. Mientras dejaban su tierra natal, el monte Ithome quedaba como un testigo silencioso de su valentía, y el dominio espartano, aunque reforzado, no volvería a sentirse inquebrantable.